Tus ojos irradian frescura
en nuestras tardes de verano
frente al mar.
Se abre un abanico de estrellas
y crece su luna a medias
que nos hace olvidar.
Sobre el fino lecho de arena
ya no somos amigos,
somos amantes.
Las olas bailan nuestro canto,
y nos deleitan con el rastro
de su brisa fragante.
Noche de miedos y promesas,
sueños e ilusiones
que solo nuestras manos pueden tocar.
“No te vayas”, me dices.
“Ven conmigo”, te digo.
Creyendo que el sol no volverá.