Acabar con el hartazgo de fingir. Borrar ese “yo” construido por todo el mundo, menos por mí. ¿Qué pasa si incumplo las malditas reglas no escritas?
Miro al frente y veo el mar, el único que entiende mi furia. Él recoge mis cábalas y se las lleva consigo, mientras las voces a mi alrededor intentan llevarme de vuelta.
¿Y la felicidad? No es más que otra construcción social que rompe los espejos de mi interior, sin dejar espacio a los sentimientos más recónditos, más humanos.
Vuelvo la vista al horizonte y, con la inmensidad del agua en movimiento, mis dudas se van aclarando: no quiero aparentar que soy feliz, no quiero ser como todo el mundo quiere que sea.
Quiero ser quien soy.