Sus miradas se entrecruzaron por casualidad en medio de la calle. Hacía calor. En circunstancias normales habrían pasado de largo sin dar mayor importancia a la situación, pero aquella vez sucedió algo distinto: volvieron a buscar sus miradas y, sin conocerse de nada, fueron asaltados por un deseo súbito y recíproco.
Se observaron durante unos segundos con asombro y, de forma involuntaria, sus hombros rozaron al pasar por el mismo tramo de acera. Como si una ráfaga de aire caliente (y a la vez frío) los hubiese traspasado, notaron la reacción en su piel: el vello se les erizaba y un cosquilleo les recorría toda la espalda.
Fue ínfimo el roce que llegaron a percibir, pero lo retuvieron en lo más profundo de sus órganos. La propia inercia los obligó a seguir caminando y a alejar sus cuerpos reprimidos entre el estruendo de los coches. Aún así, todavía incrédulos y confusos, giraron en la distancia sus cabezas para repetir el encuentro.
No querían que se acabara. Querían seguir sintiéndose así de vivos, de libres, exponiéndose un poco más a ese nuevo sol que los abrasaba. Pero, a pesar de sus súplicas, sabían que sus deseos no iban a ser cumplidos, y miraron esta vez hacia adelante, aceptando que no se volverían a ver jamás.
Real como la vida misma.
La mayoría de las veces por cobardía no vivimos situaciones que pasan por nuestra vida por convencionalismos, miedos, comodidad……
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Hola, Jacqueline. Es verdad, nos dejamos influir demasiado por los prejuicios y “el qué dirán”, y así nos perdemos buena parte de la vida. Gracias por leerme y por compartir tus interesantes aportaciones. ¡Un abrazo!
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Así es, yo creo que todas las personas tenemos instantes de la vida que siempre recordamos,. Muy bonito Aitana.
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Muchas gracias, Loren. Me alegro de que te haya gustado. ¡Un saludo!
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