Su vida era completamente normal. O al menos eso pensaba ella. Se levantaba a las ocho, le daba el beso de todos los días a su mujer cuando esta se marchaba a trabajar y desayunaba pan integral, frutas y café mientras leía la prensa. Después de una ducha con su música favorita de fondo, elegía uno de sus looks elegantes para ir a la oficina.
Siempre se había sentido feliz y cómoda: a pesar de no tener grandes lujos, consideraba que no le faltaba de nada. Ella y su mujer podían permitirse salir a cenar los fines de semana, viajar todos los veranos y tener contratado a un asistente de limpieza en casa. Qué más podía pedir.
Sin embargo ese día, de camino al trabajo, estaba más pensativa que de costumbre. De hecho, ni siquiera había conectado la radio del coche para escuchar su programa de siempre. El subconsciente aquel día se había rebelado por completo y se empeñaba en trastocarla por dentro:
¿Quieres vivir así toda tu vida, rodeada de comodidades, pero sin luchar por aquello que de verdad te apasione?
Aquellas palabras consiguieron que se revolviera en su asiento, pero intentó borrarlas de su cabeza concentrándose en la conducción. Encendió la radio esta vez: la voz del locutor conseguía que se evadiera de la gente estresada al volante, de los largos ratos de espera al semáforo, y de sus pensamientos.
Me gusta tu forma de redactar, es sencilla, limpia y fresca. ¡ Ay las rutinas, lo peligrosas que son! Es nuestro pecado de una sociedad pasiva e inhumana. Pero es mejor no atreverse, apalancarse en el sofá y no salir de ahí. No lo debemos permitir. Cumplir nuestros sueños, ayudar a alguien cada día, agradecer y vivir intensamente. Ese tiene que ser nuestro lema.
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Muchísimas gracias, Elizabeth, por dedicarme parte de tu tiempo (que es el más preciado de los bienes) a leerme y a escribirme tus opiniones.
Por otro lado, coincido con tu reflexión: nuestra sociedad es cada vez más estática y debemos luchar día a día para no estancarnos; en todos los sentidos. Un abrazo.
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